Una experiencia única en comida típica
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¿Quiénes somos?

~ Una tradición ecuatoriana ~

Una tradición ecuatoriana

Por el año 1955 mi abuelita como lo conocíamos “Mama Charo”, oriunda de San Pablo del Lago, un bello rincón incrustado en las faldas del taita Imbabura, fue una mujer trabajadora de hacienda y ayudante de cocina de la Hacienda “La Vega”, donde preparaba sus potajes como ella lo decía con una suculenta sazón para sus jefes y para su hogar, las mismas que siempre servía con pollo de campo horneado o frito en manteca de cerdo.

Como dejar de olvidar su cocina de campo más aún cuando preparaba su adobo para la carne colorada, la cual dejaba secar al sol, tantas recetas de la abuela Charo como me contaba mi madre cuando era niña y que siempre la abuela servía sus platos de manera abundante y generosa para alimentar al abuelo y a sus 9 hijos para las dura jornadas de trabajo en el campo.

Es así como nace Santo Locro”, en honor a todas las vivencias de una mujer luchadora de campo que supo transmitir muy bien todo su conocimiento culinario a mi madre como le decimos en casa “Mama Nena”, la cual me heredó sus mejores secretos de sazón de casa y la pasión del arte culinario.

Conócenos

~ La historia de Santo Locro ~

La historia de Santo Locro

Cuenta la historia que para llegar a Lloa tenían que salir del sector de Chillogallo (Chillogallo: era un pueblo al Sur Quito de estancia para llegar al Centro, la gente llegaba de la Sierra Centro y de la Costa por la antigua vía a Santo Domingo los Tsáchilas, hoy vía Chiriboga) por un camino de herradura que subía hasta la loma del Cinto y luego bajaban por donde hoy es el Santuario pasaban por la hacienda Marquesa hasta llegar a la Plaza de Lloa. En bueyes, mulas, caballos y a pie andaban los habitantes y comerciantes desde Chillogallo a Lloa o viceversa, unos a vender productos y otros a comprar productos. El viaje era de sol y luna cuando venían desde el Centro de Quito (Plaza 24 de mayo) ya que tenían que cruzar por la Magdalena, Chillogallo y luego subir a Lloa. Por las faldas del sagrado volcán Guagua Pichincha, desde tiempos inmemorables había una ruta de conexión y comercio entre la sierra y la costa del Ecuador, aprovechado principalmente por los llamados Yumbos meridionales (al sur) que incluye pueblos como Mindo, Cansacoto, Chiriboga y Alluriquín, para comercializar, sal, algodón, frutas tropicales, maíz y otros productos pasando por Lloa hacia Quito.

Podemos viajar a aquellos tiempos atrás e imaginar con nostalgia a la parroquia de Lloa que estaba constituida por grandes haciendas agrícolas y ganaderas, cultivaban trigo, cebada y maíz, producían leche y carne, una de estas haciendas era precisamente “La Compañía” que estaba ubicada al lado occidental de la Plaza de Lloa, en la calle Manuel Fernando Sotomayor y diagonal la esquina (sur) donde se encontraba la casa antigua donde hoy funciona el restaurante “Santo Locro”.

La casa que hoy es Santo Locro, en primera instancia fue una casa antigua de un piso con un portal o corredor para recibir visitas, construida de adobe (paredes de 1 metro de ancho de barro), bareque (tumbado hecho con barro y carrizo) y techo de paja de páramo (paja: planta natural cortada del volcán Guagua Pichincha).

La Plaza de Lloa estaba constituida por un canchón o terreno cuadrado irregular de tierra y yerba (una cuadra), rodeada de 4 calles angostas de piedra, en cuyo contorno existían casas de 1 y 2 pisos, construidas con adobe, bareque y techo de paja. En esta plaza pública cuenta la leyenda que la máxima autoridad de ese entonces era el teniente Político que castigaba a los “borrachitos” haciendo desyerbar las calles de la plaza.

El alma de la casa antigua donde hoy funciona el restaurante Santo Locro, guarda testimonio de la euforia y alegría con la que los lloanos festejaban sus fiestas en la Plaza de Lloa. Los “Toros de Pueblo” era una fiesta popular muy arraigada que no podía faltar en Lloa, al contar la plaza con sus 4 calles angostas, facilitaba cerrar las 4 esquinas y se transformaba en Plaza de Toros. También se realizaban los festivales de la “Cosecha” (San Pedro y San Pablo) con chamizas, bailes populares con bandas de pueblo que venían precisamente de Chillogallo y la Magdalena.

Al ser un punto de encuentro Plaza de Lloa, los fines de semana llegaban gente de Urauco, San José y Quito a jugar “Pelota Nacional”, boli (ecuavóley) cocos, bolas y el fútbol que se incorporó más tarde. Mientras que las personas adultas acudían religiosamente todos los domingos a la misa de 11h00 de la mañana.

La primera familia que le dio vida, alegría y calor de hogar por varios años a la casa antigua (donde hoy es el Restaurante Santo Locro) fue la familia Gálvez, luego con el pasar el tiempo cambió de dueño y fue comprada por el señor Andrés Cachaguay, quién destinó el inmueble en un negocio para moler granos y harinas, molino (Molino Industrial: máquina que funcionaba a motor con diésel).

Al ser el primer molino moderno del pueblo de Lloa, pasó a ser un símbolo de progreso para los lloanos, que a la vez representó una gran fuente de ingreso para su propietario. Temprano, por la mañana, los jornaleros o peones, comerciantes de las diversas haciendas de Lloa, San José o Urauco caminaban por las faldas del Pichincha en dirección a el “molino” para hacer moler especialmente la cebada y trigo que “Chugchían” (Chugchir: palabra quichua que significa: actividad de recolectar productos dejados en la tierra o siembra luego de la primera cosecha) en los grandes sembríos de las haciendas, tanto era la producción de las haciendas que llegaba mano de obra de Cotopaxi (100 personas) para las grandes cosechas. Los productos recolectados eran molidos para su comida diaria y en finados molían el trigo para hacer el famoso “Pan Negro”, que era hecho con la harina de trigo no refinada, solo la cernían y sacaban el afrecho por lo que salía de un color obscuro o negro, eran panes redondos de sal y dulce con algunas figuras, cuyos panes ofrecían sin costo a los habitantes o visitantes de Lloa por época de difuntos.

Corrían tiempos modernos cuando la mayoría de las casas de la Plaza de Lloa sufrieron una transformación, cambiaron de fachada especialmente sus techos de paja pasaron a ser de teja. Lluvia, fríos extremos y vientos fuertes aportan para que las casas antiguas se destruyan, más el abandono pasan a la historia como la casa antigua del restaurante Santo Locro, siendo refaccionada tipo mediagua donde luego funcionó un almacén de insumos agrícolas.

La densa neblina que se asienta en Lloa por las tardes fue partícipe de un nuevo inquilino el señor Wilson Rosero quien aparece como propietario de la casa, quien hizo unos retoques a la casa pero no la utilizo como tal, sino la hizo funcionar como bodega por un corto tiempo hasta que la arrendó y vendió a un proyecto familiar Antamba Arango.

En el año 2019, bajo una visión volcánica lloana y santos sueños se instala el restaurante Santo Locro, previos unos toques decorativos y pinceladas de colores remodelan la casa hasta que brotan nuevos sabores y olores que inundan el valle volcánico de Lloa con una exquisita gastronomía de platos típicos nacionales.
Texturas de olores y sabores vuelan alto entre las ollas para cocerse el más rico y delicioso locro de queso, locro de cuero, cariucho, seco de chivo, caldo de patas, mote con chicharrón, caldo de gallina, entre otros platos, engalanan el arte culinario del Restaurante Santo Locro que deleita los paladares turistas nacionales y extranjeros.

Nuestros Información

~ Toda la información necesaria para que nos visites~

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Por el año 1955 mi abuelita como lo conocíamos “Mama Charo”, oriunda de San Pablo del Lago, un bello rincón incrustado en las faldas del taita Imbabura, fue una mujer trabajadora de hacienda y ayudante de cocina de la Hacienda “La Vega”, donde preparaba sus potajes como ella lo decía con una suculenta sazón para sus jefes y para su hogar, las mismas que siempre servía con pollo de campo horneado o frito en manteca de cerdo.

Como dejar de olvidar su cocina de campo más aún cuando preparaba su adobo para la carne colorada, la cual dejaba secar al sol, tantas recetas de la abuela Charo como me contaba mi madre cuando era niña y que siempre la abuela servía sus platos de manera abundante y generosa para alimentar al abuelo y a sus 9 hijos para las dura jornadas de trabajo en el campo.

Es así como nace Santo Locro”, en honor a todas las vivencias de una mujer luchadora de campo que supo transmitir muy bien todo su conocimiento culinario a mi madre como le decimos en casa “Mama Nena”, la cual me heredó sus mejores secretos de sazón de casa y la pasión del arte culinario.

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Cuenta la historia que para llegar a Lloa tenían que salir del sector de Chillogallo (Chillogallo: era un pueblo al Sur Quito de estancia para llegar al Centro, la gente llegaba de la Sierra Centro y de la Costa por la antigua vía a Santo Domingo los Tsáchilas, hoy vía Chiriboga) por un camino de herradura que subía hasta la loma del Cinto y luego bajaban por donde hoy es el Santuario pasaban por la hacienda Marquesa hasta llegar a la Plaza de Lloa. En bueyes, mulas, caballos y a pie andaban los habitantes y comerciantes desde Chillogallo a Lloa o viceversa, unos a vender productos y otros a comprar productos. El viaje era de sol y luna cuando venían desde el Centro de Quito (Plaza 24 de mayo) ya que tenían que cruzar por la Magdalena, Chillogallo y luego subir a Lloa. Por las faldas del sagrado volcán Guagua Pichincha, desde tiempos inmemorables había una ruta de conexión y comercio entre la sierra y la costa del Ecuador, aprovechado principalmente por los llamados Yumbos meridionales (al sur) que incluye pueblos como Mindo, Cansacoto, Chiriboga y Alluriquín, para comercializar, sal, algodón, frutas tropicales, maíz y otros productos pasando por Lloa hacia Quito.

Podemos viajar a aquellos tiempos atrás e imaginar con nostalgia a la parroquia de Lloa que estaba constituida por grandes haciendas agrícolas y ganaderas, cultivaban trigo, cebada y maíz, producían leche y carne, una de estas haciendas era precisamente “La Compañía” que estaba ubicada al lado occidental de la Plaza de Lloa, en la calle Manuel Fernando Sotomayor y diagonal la esquina (sur) donde se encontraba la casa antigua donde hoy funciona el restaurante “Santo Locro”.

La casa que hoy es Santo Locro, en primera instancia fue una casa antigua de un piso con un portal o corredor para recibir visitas, construida de adobe (paredes de 1 metro de ancho de barro), bareque (tumbado hecho con barro y carrizo) y techo de paja de páramo (paja: planta natural cortada del volcán Guagua Pichincha).

La Plaza de Lloa estaba constituida por un canchón o terreno cuadrado irregular de tierra y yerba (una cuadra), rodeada de 4 calles angostas de piedra, en cuyo contorno existían casas de 1 y 2 pisos, construidas con adobe, bareque y techo de paja. En esta plaza pública cuenta la leyenda que la máxima autoridad de ese entonces era el teniente Político que castigaba a los “borrachitos” haciendo desyerbar las calles de la plaza.

El alma de la casa antigua donde hoy funciona el restaurante Santo Locro, guarda testimonio de la euforia y alegría con la que los lloanos festejaban sus fiestas en la Plaza de Lloa. Los “Toros de Pueblo” era una fiesta popular muy arraigada que no podía faltar en Lloa, al contar la plaza con sus 4 calles angostas, facilitaba cerrar las 4 esquinas y se transformaba en Plaza de Toros. También se realizaban los festivales de la “Cosecha” (San Pedro y San Pablo) con chamizas, bailes populares con bandas de pueblo que venían precisamente de Chillogallo y la Magdalena.

Al ser un punto de encuentro Plaza de Lloa, los fines de semana llegaban gente de Urauco, San José y Quito a jugar “Pelota Nacional”, boli (ecuavóley) cocos, bolas y el fútbol que se incorporó más tarde. Mientras que las personas adultas acudían religiosamente todos los domingos a la misa de 11h00 de la mañana.

La primera familia que le dio vida, alegría y calor de hogar por varios años a la casa antigua (donde hoy es el Restaurante Santo Locro) fue la familia Gálvez, luego con el pasar el tiempo cambió de dueño y fue comprada por el señor Andrés Cachaguay, quién destinó el inmueble en un negocio para moler granos y harinas, molino (Molino Industrial: máquina que funcionaba a motor con diésel).

Al ser el primer molino moderno del pueblo de Lloa, pasó a ser un símbolo de progreso para los lloanos, que a la vez representó una gran fuente de ingreso para su propietario. Temprano, por la mañana, los jornaleros o peones, comerciantes de las diversas haciendas de Lloa, San José o Urauco caminaban por las faldas del Pichincha en dirección a el “molino” para hacer moler especialmente la cebada y trigo que “Chugchían” (Chugchir: palabra quichua que significa: actividad de recolectar productos dejados en la tierra o siembra luego de la primera cosecha) en los grandes sembríos de las haciendas, tanto era la producción de las haciendas que llegaba mano de obra de Cotopaxi (100 personas) para las grandes cosechas. Los productos recolectados eran molidos para su comida diaria y en finados molían el trigo para hacer el famoso “Pan Negro”, que era hecho con la harina de trigo no refinada, solo la cernían y sacaban el afrecho por lo que salía de un color obscuro o negro, eran panes redondos de sal y dulce con algunas figuras, cuyos panes ofrecían sin costo a los habitantes o visitantes de Lloa por época de difuntos.

Corrían tiempos modernos cuando la mayoría de las casas de la Plaza de Lloa sufrieron una transformación, cambiaron de fachada especialmente sus techos de paja pasaron a ser de teja. Lluvia, fríos extremos y vientos fuertes aportan para que las casas antiguas se destruyan, más el abandono pasan a la historia como la casa antigua del restaurante Santo Locro, siendo refaccionada tipo mediagua donde luego funcionó un almacén de insumos agrícolas.

La densa neblina que se asienta en Lloa por las tardes fue partícipe de un nuevo inquilino el señor Wilson Rosero quien aparece como propietario de la casa, quien hizo unos retoques a la casa pero no la utilizo como tal, sino la hizo funcionar como bodega por un corto tiempo hasta que la arrendó y vendió a un proyecto familiar Antamba Arango.

En el año 2019, bajo una visión volcánica lloana y santos sueños se instala el restaurante Santo Locro, previos unos toques decorativos y pinceladas de colores remodelan la casa hasta que brotan nuevos sabores y olores que inundan el valle volcánico de Lloa con una exquisita gastronomía de platos típicos nacionales.
Texturas de olores y sabores vuelan alto entre las ollas para cocerse el más rico y delicioso locro de queso, locro de cuero, cariucho, seco de chivo, caldo de patas, mote con chicharrón, caldo de gallina, entre otros platos, engalanan el arte culinario del Restaurante Santo Locro que deleita los paladares turistas nacionales y extranjeros.

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